jueves, 2 de julio de 2009

El primer día del resto de nuestras vidas ("Un conte de Noël", 2008) / Argentina: 2009



"-¿Tu de donde vienes?"
"-¿Tu a donde vas?"

Debo iniciarme con una confesión: El cine francés se encuentra lejos de mis favoritos. No es las antípodas, pero si tal vez los alpes. Y es que a veces la influencia cultural tan fuerte que posee la sociedad francesa en su totalidad, desde su política hasta su psicología, todo afecta a las realizaciones artísticas de los cineastas franceses; muchos hasta pecan de pretenciosos.

Si, todo esto lo he podido identificar en “Un Conte de Noël” (utilizo el titulo original ya que el argentino es innecesariamente largo). Las charlas de los personajes, cuando pretenden profundizarse, gravitan en la petulancia filosófica típicamente francesa; hay alcohol, hay cigarros, hay charlas mundanas y significantes, y por sobre todo simbolismos por doquier.

Pero ya basta de eso. La película nominada a la Palma de Oro en Cannes 2008, dirigida por Arnaud Desplechin, quien se demostró ser un competente escritor de comedia negra en su película anterior, “Reyes y reina” (2007), termina de solidificar su título con su obra de 2008, la cual nos presenta a la familia Vuillard. Una familia moderna profundamente disfuncional y con una historia de enfermedad física y psicológica que define sus formas de interrelacionarse. Al comienzo de la película aprendemos que Junon y Abel conciben a su hijo Joseph quien nace con cierta enfermedad por la cual precisa un transplante de medula. Al ser ambos padres incompatibles, deciden tener un hijo más para intentar salvar a su primogénito, tras el intento fallido, conciben 2 hijos y uno mas después de la muerte de su primer muchacho… todas sus relaciones se verán atravezadas por esta tragedia silente.

Es el transplante de médula el evento por el cual gravitará la historia de todos los personajes. La relación entre los padres y sus hijos y entre los propios hermanos. La familia, con sus encuentros y desencuentros, parece en muchos sentidos una familia verdadera. Los dialogos y las personalidades se resaltan coloridamente, cada una con su encanto particular; y si bien la historia gira alrededor de la tensa relación entre Henri (Mathieu Amalric) y Elizabeth (Anne Consigny), es la relación entre Henri y su madre, Junon (la reverenciada Catherine Deneuve) la que atrapa por su profundidad y por su doble intencionalidad: son sangre de su sangre, y sin embargo existe entre ellos un desprecio silente y no por ello menos obvio que corona a la relación familiar (entre todos los miembros) con una nube de tensión palpable entre todos los personajes. Por otro lado tenemos la relación entre Ivan (Melvil Poupaud) y su esposa, Sylvia (Chiara Mastroianni, hija biológica de Catherine Deneuve) y la tensión sexual presente entre ella y el primo de Ivan, Simon.



Por último tenemos la relación que mantienen con la familia entera los hijos menores quienes somatizan los conflictos internos de la familia a través de un pequeño espectaculo casero navideño con la ayuda de Paull, hijo de Elizabeth, el cual parece sufrir de esquizofrenia.

Las técnicas postmodernas que utiliza Desplechin para relatar su historia son refrescantes y siempre agradables de ver: desde los personajes manteniendo un dialogo con la cámara (rompiendo la cuarta pared) hasta el comienzo de la historia contado a través de un teatro de sombras chinescas. Los constantes cambios de plano y de perspectivas nos distraen un poco del mayor perjurio de la película: sus dos horas de duración se hacen increíblemente extensas, si tenemos en cuenta que la mayor parte de la película se basa en los diálogos que mantienen los personajes en las diferentes situaciones que viven.

Muchas veces me encontré repasando en mi mente la perfecta explicación que se hace al inicio de la película sobre la relación entre el matrimonio y sus hijos; pero a veces ciertos personajes que escapan al núcleo de la familia se ven disminuidos en protagonismo cuando son presentados en escenas familiares donde todo el resto del elenco parece actuar con naturalidad y es uno quien queda extrañado preguntándose: “¿ese quien era?”. Fue genuinamente difícil seguir la cantidad de vínculos que se establecen, por suerte la duración del film es suficiente como para acostumbrarse a ellos antes de que sea demasiado tarde. Lamentablemente no es suficiente como para comprometerse uno emocionalmente con lo que sucede en la pantalla.

Dicen que los grandes directores, y les he escuchado decir, que hacen sus películas para ellos y no para el público. Suele resultar que su gusto personal encuentra un nicho de espectadores que cree que la película que han presenciado responde a sus gustos y encuentran la estética o la historia tan satisfactoria que terminan haciendo de la película un éxito. El caso de Desplechin es similar en cierto sentido: es la primera película en la cual genuinamente siento que el autor escribe y dirige para él mismo y no para quienes verán su película, esto me deja confuso y muchas veces excluido de lo que sucede en la pantalla. Y es que se presencia la obra como una gran novela, por mas que una película siempre sea una acción conjunta creo que esto es lo que podemos denominar verdadero cine de autor (o auteur); los salpicones de gusto de Desplechin se encuentran en todo el rodaje, su manejo de los actores, de las escenas, su gusto por la mitología, la psicología y la filosofía.

Si no me han visto hablar en el largo de ésta crítica mas que de la historia y las implicancias personales del director sobre ella, es porque la trama es tan compleja y a veces pretenciosa que ocupa gran parte de la atención del espectador, y solo puede causar dos efectos posibles: gran atención en los detalles y ponderamientos para aquellos que sepan encender su cerebro y realmente pensar lo que estan viendo en la pantalla, mas no ser como los vinculos entre seres humanos imperfectos y en este caso muy imperfectos, como menciona el personaje de Abel a Elizabeth: “Buscas siempre la perfección y en cambio te encuentras con tu hermano, que lo es todo menos eso” o puro aburrimiento.



En todo caso, será para aquellos que gusten del cine francés y sepan que esperar de él.

Quisiera terminar la crítica con un deleite personal. La cita directa del prólogo de “Genealogía de la Moral” de Friedrich Nietzsche, que Abel recita a Elizabeth mientras se despliega un paneo del pueblo de Roubaix (les recomiendo que vuelvan a leerlas una vez que vean la película, pues en ella se encuentra su esencia): Nosotros los que conocemos somos desconocidos para nosotros, nosotros mismos somos desconocidos para nosotros mismos: esto tiene un buen fundamento. No nos hemos buscado nunca, - ¿cómo iba a suceder que un día nos encontrásemos? Con razón se ha dicho: «Donde está vuestro tesoro, allí está vuestro corazón»; nuestro tesoro está allí donde se asientan las colmenas de nuestro conocimiento. Estamos siempre en camino hacia ellas cual animales alados de nacimiento y recolectores de miel del espíritu, nos preocupamos de corazón propiamente de una sola cosa -de «llevar a casa» algo.

En lo que se refiere, por lo demás, a la vida, a las denominadas «vivencias», - ¿quién de nosotros tiene siquiera suficiente seriedad para ellas? ¿O suficiente tiempo? Me temo que en tales asuntos jamás hemos prestado bien atención «al asunto»: ocurre precisamente que no tenemos allí nuestro corazón -¡y ni siquiera nuestro oído! Antes bien, así como un hombre divinamente distraído y absorto a quien el reloj acaba de atronarle fuertemente los oídos con sus doce campanadas del mediodía, se desvela de golpe y se pregunta «¿qué es lo que en realidad ha sonado ahí?», así también nosotros nos frotamos a veces las orejas después de ocurridas las cosas y preguntamos, sorprendidos del todo, perplejos del todo, «¿qué es lo que en realidad hemos vivido ahí?», más aún, «¿quiénes somos nosotros en realidad?» y nos ponemos a contar con retraso, como hemos dicho, las doce vibrantes campanadas de nuestra vivencia, de nuestra vida, de nuestro ser -¡ay!, y nos equivocamos en la cuenta... Necesariamente permanecemos extraños a nosotros mismos, no nos entendemos, tenemos que confundirnos con otros, en nosotros se cumple por siempre la frase que dice «cada uno es para sí mismo el más lejano», en lo que a nosotros se refiere no somos «los que conocemos»...

Veredicto: Recomendable (cine de auteur francés; no es para todo el mundo)



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